Caminaba el Hada pequeña el día que se le cansaron las alas. En su camino se encontró con el Abedul quien generoso y con ese rostro bondadoso que le caracteriza, le saludó sonriente meciendo las hojas. Ella agradecida y con los pulmones llenos, cerró sus ojitos y se dejó arrullar, mientras seguía caminando, con el murmullo de las hojas.
Llegó a un lago, bonito y cristalino, se miró reflejada en el agüita fresca, sonrió porque el sonido del agua le deseaba sincero, una tarde placentera. El Lago, un Señor de muchos años, le acercó una ramita para que se subiera y cruzara en ella tranquila por sus aguas cantarinas... ella contenta subió su cuerpecito diminuto en la ramita, se recostó en ella y disfrutó de la sensación de ese fresquito entre sus dedos infantiles y perfectos.
Bajó de la ramita a quien también agradeció por hacer de compañera y ayuda en su camino, un beso al lago en el reflejo y así hasta que llegó a su Flor. La Flor le aguardaba contenta y ansiosa se preguntaba extrañada el por qué de la tardanza. El Hadita le contó del recorrido diferente, de los olores, los paisajes, aquellos sonidos, y de sus nuevos amigos.
Así la vida, así las decisiones. Hay mucho más de lo que creemos si decidimos mirar bien y darnos las oportunidades que se nos presentan al caminar con tranquilidad, cuando estamos acostumbrados a correr y hasta a volar cuando no es nuestra naturaleza al menos física, porque no así la del alma.
Un Beso.