Esperé a que llegara el domingo y entonces recordé aquel domingo...En ese entonces estaba un poco nerviosa, no le conocía, sólo de vista. Hasta que llegó el día en que me preguntó mi teléfono (al fin!) y así llegué vestida creo que de blusa roja y jeans. Le vi de lejos en el lugar de la cita y dudé en acercarme, titubeé y al fin paso derecho, luego izquierdo.
Yo, bobamente había tomado así nada más un libro que había comprado un compañero de trabajo con quien había ido a La Feria del Libro días atrás, y que se había quedado en mi mochila. Tomé el libro pensando: -No me quiero ver tonta sólo con mi revista de Harry Potter- creo que resultó peor pues con el tiempo él me dijo que pensó algo así como: -Esa niña es inteligente, podría leer otras cosas- ¿De que era el libro? Una publicación de esas chafas sobre los templarios tan de moda luego del best seller de Dan Brown.
-¿Ya comiste?
C: No
-¿Tienes hambre?
C: Un poco
-Ya sé a donde ir
Y fuimos a donde regresaríamos un par de veces después, luego de la comida (pizza a la leña) fuimos rumbo al parque, El Parque. Ahí lo conocí, ahí lo sentí, ahí me sentí desfallecer, ahí llegó a mi vida, lo comprobé. Entre notas lánguidas, un sol abrasador y la noche cayendo entre la melodía del bandoneón y algún violín...Me atreví a seguir los pasos que me mostró, temblaba por dentro, pero intenté disimular y es que su aliento... Luego, quien tiempo después se convertiría en mi primer maestra de tango se acercó y me corrigió la postura, me enseñó a caminar, -Así, arrastra el pie, acaricia el suelo, ¿Lo sientes?- 1,2,3,4, 5 cruzas ajá. 6,7 y 8, son los pasos básicos del tango. Después intenté "bailar" con él con tan sólo esos 8 pasitos que de repente por los nervios se me olvidaban.
Hoy, esa música me llena, inflama mi pecho y en ocasiones provoca mi más sincero y profundo llanto. Este domingo volví, ya lo había hecho antes, sola. La primer vez que pisé el parque sin compañía me di cuenta cuánto significaba para mi, el nudo en la garganta, mi maestra me abrazó y me dijo: -Te entiendo- luego me dijo: -A bailar- Y así comenzaron a ser mis domingos en el parque sintiendo la brisa y mirando el pasillo por donde albergué siempre la esperanza de verle llegar, el sol se ocultaba y yo seguía bailando con desconocidos, a cada vuelta miraba el lugar donde me enseñó a bailar y por donde si llegaba, tendría que pasar. Nada.
El primer domingo sola me di cuenta de cómo la música ya era mía y no del recuerdo, de cómo la letra de las canciones me susurraba y entonces mi corazón latió fuerte, tan fuerte que sentía que el pecho me iba a explotar. De repente, "Eche amigo nomás écheme y llene" -La Última Copa- supo mi corazón, como sólo Carlos Gardel sabe hacerlo, y así las lágrimas como si hubiesen estado ahí contenidas esperando a escuchar esa canción, como aguacero, cayeron. -¿Estás bien?- Sí, sí...a ver...cómo? es un ocho el que tengo que hacer? Estoy bien, gracias. Ese tango tiene una historia, una historia con sabor a tortas de pavo...y sonrisas y una guitarra y los dos cantando al unísono frente al resto de los comensales.
Después mi tango dejó de ser dominguero y se convirtió en sabatino y recién lo estoy conjugando, de nuevo pisé el parque -y-no-sé-por-qué- pero la tarde de ayer fue igualita a mi primer tarde ahí, también llegué acompañada, pero en esta ocasión por mi hermanito de 13 años quien me dijo muy seriamente la semana anterior: "Cynthia, quiero aprender a bailar tango y quiero que me devuelvas el disco que te presté porque lo quiero escuchar" (tenemos el mismo disco pero yo no encontraba el mío) Mi maestra casi se cae de la ternura de mirar a mi hermanito, y el resto de los tangueros que conozco le aplaudieron y le dieron una calurosa bienvenida. Este domingo regresaré con mi hermano a mirar y respirar las tardes tangueras...Hoy día bailo con los ojos cerrados, pero de repente los abro y curiosamente, cada que los abro en el parque, el pasillo, y la esperanza y el corazón...